Hace poco menos de dos meses, algo cambió en mi forma de crear contenido. Si bien siempre he sido una persona creativa y apasionada por las redes sociales, fue en TikTok donde comencé a notar un cambio significativo.

Mis videos empezaron a recibir un nivel de atención y conexión que no había experimentado antes. La diferencia no estaba en la edición, en la música de fondo ni en el algoritmo. Estaba en el mensaje.

Durante mucho tiempo compartí videos por diversión, por entretenimiento o simplemente porque me encantaba expresarme frente a una cámara. Pero fue cuando me atreví a hablar desde un lugar más íntimo —desde mis emociones y experiencias personales— que la magia realmente ocurrió.

Comencé a contar cómo me sentía en momentos difíciles, a poner en palabras lo que muchas veces callamos, y descubrí que, al abrir mi corazón, estaba también abriendo una puerta para que otras personas se sintieran vistas, comprendidas y acompañadas.

El feedback no tardó en llegar. Comentarios, mensajes privados y nuevas personas que comenzaron a seguirme me hicieron ver que no estaba sola. Que muchos se identificaban con lo que yo contaba. Que había una necesidad real de hablar de lo que sentimos, sin filtros ni máscaras. Y fue precisamente ese recibimiento el que me motivó a transformar lo que empezó como un simple desahogo en una verdadera iniciativa.

Hoy quiero darle forma a ese espacio, convertirlo en un proyecto que no solo me permita seguir compartiendo, sino también crear comunidad, generar reflexión y, por qué no, ayudar a sanar a través de las palabras.

Porque cuando alguien se anima a hablar desde el alma, inevitablemente inspira a otros a hacer lo mismo.